Cuento "El bebé elefante"
Soy el oso hormiguero, y os voy a contar una historia única. Si les digo que en el zoológico había
una excitación y un revuelo poco común, no les miento... a pesar de mi larga nariz. Nacía el primer
día de otoño, mientras las hojas decoraban las calles, transformándolas en mullidos ríos dorados.
El sol asomaba, todavía con un poco de sueño. Mientras se desperezaba, cumplía con su diaria
tarea de iluminar la vida. Y hablando de vida y de iluminar... todos los animales estábamos
esperando al nuevo integrante de la familia de los paquidermos. Justamente HOY era el día
de llegada del nuevo pequeñín. La gente hacía cola para ver al bebé recién nacido.
En la entrada del zoológico había largas filas de chicos para votar el nombre que le pondríamos.
Mi jaula, que estaba justo frente al terreno de los elefantes, me permitía observar todo lo que allí
ocurría, casi sin perder detalle.
Pasó el tiempo, y Junior, así lo habíamos llamado al bebé que hoy ya tiene 5 años, veía que era un
tanto diferente de sus padres. La trompa no le crecía, su boca era enorme y llena de dientes,
arrastraba la panza al caminar y tenía una larga y robusta cola.
- Mamá -, decía el pequeño, - me da la sensación que no me parezco demasiado a ustedes... que
soy muy diferente.
Dos días transcurrieron con la inquietante pregunta de Junior, hasta que una tarde, cuando la
gente ya se había marchado, los orgullosos papás elefantes se sentaron a charlar con su pequeño
hijo. Entonces le explicaron que como mamá no podía tener elefantitos en su panza, habían
decidido adoptar un bebé... y tuvieron la suerte de tenerlo a él.
Que es un tanto diferente, es cierto... después de todo había salido de la panza de una "cocodrila".
Pero a quién podía importarle si tenía orejas grandes o casi invisibles...? Después de todo y con
todo, un hijo es un hijo tal como es, y se lo conoce por el corazón y no por el color o la forma.
"El amor es el único capaz de decidir quién es hijo de quién." El elefantito con aspecto de
cocodrilo, se quedó pensando un buen rato. Luego, miró a sus padres y les dijo:
- Mami, papi,... ahora sí que los quiero mucho más que antes.
- Desde mi jaula, pude entonces ver un nuevo milagro. Mientras Junior dormía, comenzó a
crecerle una pequeña y hermosa trompita. Y que a nadie le quepa duda, que esta transformación
era debido al fuerte sentimiento de amor que unía a esta gran familia. Ustedes se preguntarán
cómo es que yo sé tanto de esto... Bueno, les diré que la familia de este oso hormiguero que les
habla, está formada por un papá oso gris y una mamá panda.
El sol comenzó a esconderse dejando que la luna se refleje en el lago de los flamencos rosados... el
silencio absorbió el bullicio de la multitud, y el otoño siguió su camino hacia el no tan frío invierno
del Jardín zoológico.
Cuento de "Pedrito, el caracol y la babosa"
Pedrito era un pequeño caracol de bosque que
deseaba encontrar a un amigo o amiga. Caminó y
caminó hasta llegar a un huerto. Allí había unas
babosas que se rieron de su caparazón. Pedrito, triste,
se ocultó en su caparazón.
Tras unos cuantos días descansando, llovió, y Pedrito salió dispuesto a irse a vivir a otro
lugar, pero al sacar la cabeza vio a una pequeña babosa que se había asustado al verlo.
- No te asustes, sólo soy un caracol.
- Pe, pero eres muy extraño, ¡llevas una piedra encima de tu cuerpo! –dijo temblando
la babosa.
- No, no es una piedra, se llama caparazón, es mi casa. Cuando tengo frío o llueve
mucho me escondo dentro y me siento mejor.
- Pues me gustaría tener un caparazón como tú. ¿Cuándo me crecerá?
- Tú eres una babosa y vosotras no tenéis caparazón, pero si quieres podemos intentar
encontrar uno vacío.
- Me gustaría mucho, dijo la babosa pequeña dando saltos de alegría.
Los dos amigos se pusieron a buscar por todo el bosque y finalmente debajo de la
hojarasca encontraron un caparazón precioso, con una espiral dibujada, pero le
quedaba tan grande, que decidieron buscar otra.
Al cabo de un buen rato encontraron un pequeño caparazón, pero era tan menudo
que la babosa no cabía de ninguna de las maneras.
Se puso tristísima y el pobre Pedrito no sabía qué hacer para que parase de llorar.
Finalmente, se le ocurrió una brillante idea:
- Podríamos compartir mi caparazón, dijo Pedrito para consolar la babosa.
- ¿De verdad harías esto por mí?
- Pues claro que sí. Eres mi amiga.
Se hizo de noche y los dos compañeros se pusieron a dormir, el caracol se acurrucó
al fondo del caparazón y la babosa cupo perfectamente.
- ¡Buenas noches! dijeron los dos a la vez.