Cuento de Pedro y el lobo

    Pedro y el lobo - Ruso - - Fábula clásica -
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    Cuento de Pedro y el lobo

    Erase una vez un pastorcillo llamado Pedro. El joven subía cada mañana, muy temprano, con su rebaño de ovejas para que pastaran mientras hacía fresco.

    Pedro sabía que debía estar muy atento para que ninguna oveja se perdiese o fuese devorada por un lobo, que llevaba tiempo merodeando por la zona y que ya había dado algún disgusto a otros pastores y granjeros.


    Una mañana, aburrido de vigilar a su rebaño, el pastorcillo decidió gastar una broma al resto de aldeanos.

    Sin pensárselo dos veces, Pedro subió a lo alto de un árbol y comenzó a gritar.

    – ¡Socorro! ¡Qué viene el lobo! ¡Ayuda!

    Al oír sus gritos, los pastores y granjeros de la aldea acudieron en su ayuda con picos y azadas, para defender al rebaño del joven pastor.

    Sin embargo, cuando llegaron junto al rebaño, no había ningún lobo y encontraron a Pedro riendo a carcajadas, mientras les decía – ¡Os he engañado! ¡Deberíais haberos visto las caras! –

    Los hombres se marcharon muy enfadados y fatigados por la carrera que se habían dado para ayudar a Pedro.


    A la mañana siguiente, Pedro pensó que sería divertido ver si los aldeanos volvían a caer en la misma trampa y, de nuevo, comenzó a gritar – ¡Ayuda! ¡El lobo! ¡Socorro! 

    – Esta vez no puede ser una broma – dijeron algunos granjeros y corrieron tan rápido como pudieron para ayudar al joven.

    Qué decepción se llevaron cuando, al llegar junto al rebaño, se encontraron a Pedro carcajeándose de ellos – ¡Os he vuelto a engañar! ¡Ja ja ja! –

    Los granjeros se enfadaron muchísimo y se marcharon lamentándose por la broma tan pesada que les habían gastado – Esto no es una broma – decía uno. – No, algún día se dará cuenta de lo que ha hecho – comentaba otro.

    Pasaron algunos días y Pedro aún se reía al pensar en la broma que había gastado a los aldeanos.

    Una mañana, mientras descansaba bajo un árbol, escuchó unas pisadas que no provenían de su rebaño.

    Antes de que pudiese levantarse, un enorme lobo saltó sobre sus ovejas, dando caza a una de ellas.

    Pedro se subió al árbol y comenzó a gritar pidiendo ayuda – ¡Socorro! ¡El lobo se está comiendo mis ovejas! ¡Ayuda, por favor! –

    Pero nadie acudió en su ayuda y, antes de que se diera cuenta, el lobo se había comido dos de sus ovejas y otras muchas se habían extraviado mientras huían del lobo.

    Cuando el lobo terminó de saciar su hambre, se marchó. Pedro tardó todo el día en terminar de reunir a su rebaño.

    Al llegar a la aldea, con los ojos llorosos, decidió pedir perdón a todos los aldeanos y les contó lo que le había sucedido.

    Fue así como Pedro aprendió que no se debe mentir, pues cuando necesitó ayuda, de verdad, nadie lo creyó.

    Esta historia, que es muy cierta, se ha contado de padres a hijos durante mucho tiempo. Ahora ya sabes por qué te dicen: si cuentas muchas mentiras, nadie te creerá cuando cuentes la verdad.

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